top of page

EL ALMA DEL NEO ENTE

  • owenvalencia20
  • 5 feb
  • 11 Min. de lectura

Por: Luis Alberto Pacheco Mandujano[1]


La sociedad en que vivimos es una en la que no sólo se ha fomentado, sino que, peor aún, se ha logrado que las personas no sean personas, que los seres humanos sean cada vez menos humanos y que los hombres no sean sino consumidores hiperactivos, ansiosos y adictos de lo que no necesitan y que, añadidamente, les hace mal.


En la sociedad que –como aquélla– sufrimos, donde según afirmación apodíctica de la cultura oficial no es tiempo de ideologías –aun cuando éstas se esparcen con potencia y vigor–, la estupidez ha pasado a convertirse en doctrina oficial de una (sub)cultura que es esparcida por los medios de comunicación de la prensa masiva, constituyéndose en la arcilla moldeable y modelable que asume la forma que se quiera mientras recibe el nombre de opinión pública.[2]

 

Y todo esto acontece mientras las ropas de etiqueta costosa que, precisamente por eso, es reconocida socialmente, transfiguran para convertirse en la nueva piel de los neo entes.[3] En este contexto, no se equivoca ni un ápice Raúl Pérez Torres[4] y sentencia bien al decir que “Dios es el mercado, el centro comercial la nueva iglesia y el cliente su esclavo fiel”.[5]

 

En una sociedad como ésta, por consecuencia lógico-dialéctica, si las condiciones materiales de vida poseen tales características reales, resulta sumamente evidente y atronadoramente claro que los valores ya no pueden ser los valores, sino todo lo contrario. Como dice atinadamente el mismo Pérez Torres: “La honradez, la lealtad, la solidaridad, son lobos esteparios arruinados”. Por eso la pendejada implacable y amoral remplaza a la honradez, la incondicionalidad de sobón estilo Felpudini a la lealtad y el egoísmo más férreo, superficial y miserable a la solidaridad. Los valores de nuestros tiempos son, fundamentalmente, estos tres: la pendejada, la sobona incondicionalidad y el egoísmo. En semejante realidad, la libertad, por tanto, se confunde fácilmente con el libertinaje, antivalor que, estando de moda entre nosotros, es la materialización del proceder cobarde: huir de todo, haciendo lo que venga en gana, para evadir la responsabilidad madura y adulta que debe contraerse con la humanidad, con la naturaleza y con las cosas.

 

Que no se escandalice, entonces, nadie por escuchar a alguien hablar de la verdad. Todos creen que pueden hacer de todo y sin límite ni freno alguno. Y es precisamente todo esto lo que se demanda cuando se cree reclamar derechos fundamentales, aunque nadie se dé realmente cuenta que lo que pide a gritos es estulticia en lugar de auténticos derechos fundamentales. Y en esta atmósfera de estiércol macrométrico, donde todos aprendieron y se acostumbraron a comer, beber y respirar de esa bosta social, entonces, el Estado y la sociedad otorgan lo que se reclama: estupidez, incultura, detritus colectivo. Basta prender el televisor para comprobar lo que aquí se afirma. Pero, claro, el idiota defensor de la pandémica atrofia de la cultura que caracteriza y define a los anunciantes, periodistas televisivos y faranduleros de la pantalla chica, así como a los gerentes de la gestión empresarial de la TV, dirán: “si no les gusta lo que ven, tienen la libertad de cambiar de canal”. ¡¿Pero qué clase de libertad es ésta si el menú televisivo siempre ofrece la misma bazofia?! Esto no es realmente libertad de nada ni para nada.[6] ¡Ah!, pero el que diga lo contrario es un nerd, un resentido social, un cucufato católico escolástico, ¡incluso es nazi! Y, claro, siendo así como son las cosas, el párrafo final del artículo 14 de la Constitución es una blasfemia antiliberal que filtró en esta Carta Política algún puritano medioeval. Este es el horror ético de nuestros tiempos. He aquí el cretinismo absoluto que tanto temían los forjadores de la cultura.

 

En este sistema social de pobreza del espíritu, donde todo se compra porque todo se vende, el hombre ya no sólo es homo videns, ahora es homo cretinus.[7] Y siendo como es, su también cretina arrogancia se hincha como fugu en mar abierto y crece, al igual que se incrementa su veneno, sobre la base de la ignorancia y la incultura, sobre la tarima en la que descansa su desapego por la moral, su desacato por el bien y su amor por lo útil y lo práctico. El nuevo hombre, el neo ente, el homo cretinus, el utilitarista y pragmático ser humano, ebrio en estado comatoso, conduce el vehículo de su vida atropellando todo a su paso y, vociferante, va reclamando derechos que se ha ganado por el sólo hecho de existir. Desde la comodidad de su asiento, mueve los dedos para digitar su control remoto que le permite sin cansancio cambiar el canal de su vida, sintiéndose satisfecho de su nueva cultura y de haber logrado obtener lo que tiene. Así procede porque es su derecho. Derecho absoluto, inmutable, uno, solo, macizo y continuo. Así de parmenídeo.

 

Es aquí donde Pérez Torres acierta nuevamente al precisar que “el pueblo gordo de avaricia, tambaleándose en la nueva realidad, no sabe qué hacer con lo que tiene. Le han caído del cielo los hospitales, las universidades, las carreteras, el trabajo, el sueldo mensual, las pensiones. Ahora sí puede carajear, ahora sí puede insultar, solazarse y manifestar su ego escondido, ahora nadie le ningunea, puede hasta dilapidar y enseñorearse y pervertirse, porque es su derecho. Nadie le quita su derecho. El Estado vigila y propone su derecho. Se le entregó el pez sin enseñarle a pescar. Analfabeto de principios y de símbolos. Su egoísmo, su individualidad, su mediocridad, su ambición, están garantizadas”.[8] He aquí el summum de la nueva filosofía de los derechos humanos de los tiempos actuales. Reclamo absoluto, soberbio y pedante para el goce absoluto, soberbio y pedante de derechos; negación absoluta, violentamente negativa y obstinadamente canceladora para el incumplimiento absoluto, violentamente negativo y obstinadamente cancelador de deberes y valores. Inequidad, en suma cuenta, en la relación derechos-deberes.

Este empanzamiento de antivalores en las personas constituye el caldo de cultivo generador de ideas tales como “si la pareja no resulta, el divorcio es la solución” o “este es mi cuerpo y yo decido”, cuando la irresponsable gestante –irresponsable por acción amoral y por omisión inmoral–  reclama su derecho humano a matar a su hijo nonato, es decir, su derecho fundamental al aborto y, mientras grita lemas más irresponsables que ella misma, ésta es defendida por cierto cretino sector feminista, presionando al Estado para que despenalice la figura delictiva del asesinato de los no nacidos por tratarse, según la absurda creencia de estas gentes, del derecho humano que tendría la mujer para poder decidir si continúa con su embarazo; o, peor todavía, “el sexo es biológico y el género una construcción social”, argumento –si así se le puede llamar a semejante insensatez– confusionista que esparce el desorden y siembra el caos para generar un laberinto conceptual entre los ciudadanos para embrollar los pensamientos y sacar partido de ello, pues sabido es que a río revuelto, ganancia de pescadores.

 El resultado de concepciones como éstas han terminado casi por destruir el sistema de valores que iluminaron el devenir humano y dinamitar instituciones fundamentales de un integérrimo orden social, como la familia y el matrimonio, instituciones que, en verdad, son objeto de los odios ontológicos que destilan embrutecedoramente esos militantes de la cultura de la muerte que hablan, con galimatías impertérritas y con el apoyo de fabulosas contribuciones económicas y políticas internacionales, en irónico nombre de los derechos humanos, diseminando sus ideologías enfermas a través de los medios de comunicación de la prensa masiva para inocular su veneno social a mayor alcance.

 Sin que fuese vidente ni místico, el genial Jean-Paul Sartre, al final de su vida, adelantándose tres o cuatro décadas, afirmó lo que en nuestros tiempos habría de suceder: el arma fundamental de las clases dominantes en el mundo es el arma de la estupidez; estupidez que no es sino el resultado de la imbecilización total y absoluta de la sociedad, la que comienza por adormecer la consciencia de la gente para vaciarla finalmente de contenido absoluto en sus espíritus personales. El resultado: esclavos modernos, tontos útiles, imbéciles, personas impotentes y débiles de mente. En una palabra: neo entes.

 

No se equivoca, pues, Pérez Torres cuando sentencia con razón que hay “en la televisión denigrantes estereotipos de nosotros mismos, en el cine la manera más sofisticada de asesinar a tu padre, en la política falsos profetas, en la administración pública prestidigitadores del hurto, en la escuela el implacable ejemplo de las drogas, en la familia la violencia y el alcohol como un mueble más, en la vida cotidiana la grosería, el trato burdo, el insulto brutal. Amores eternos que terminan en la comisaría. Deseos de que a nuestros hermanos les azote otro terremoto por no pensar como uno”.[9]

 

Ahora, claro, decir esto, a contracorriente de lo que establece el statu quo social, el establishment, es una herejía sin lugar a dudas. Lo reconocemos. Pero esto no nos amilana para escribir textos como éste, que buscan propiciar la reflexión profunda que nos permita esclarecer en medio de la confusión.

 

Ya lo dije antes: no digo las cosas como creo que son, sino que las digo como ellas son.

 

Lamentablemente para nuestra patria, como en muchas otras patrias sudamericanas, la educación de hoy no es más un valor; es un negocio. Y cierta fe religiosa no es virtud teologal que oriente el camino del hombre para la salvación del alma; es concupiscencia que sirve al enriquecimiento, no del espíritu del pastor y del que corresponde a su comunidad de creyentes, sino al enriquecimiento del patrimonio personal de aquél. Si no me creen, pregúntenle cómo son las cosas a los dueños de las universidades con mayor presencia en el Perú,[10] a los arzobispos de una cada vez menos católica Iglesia católica y a los pastores protestantes que, desde hace varios años ya, siguen investigados por la fiscalía por lavado de activos.

 

Habría, nada más ya, que agregar en este punto, con la misma glosa y sorna con la que Ernesto Famá cantaba el “Cambalache” de Enrique Santos Discepolo en “El alma del bandoneón” de 1935:

 

“Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,

ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador.

¡Todo es igual, nada es mejor,

lo mismo un burro que un gran profesor!

No hay aplazaos ni escalafón,

los inmorales nos han igualao...

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

da lo mismo que si es cura,

colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón.”

 

 

Si usted, amable lector, es como los televidentes de los tiempos actuales, piensa como ellos y no le gusta que aquí se digan las verdades tal como son y sin tapujos, no se haga problemas, cambie de canal o, más certeramente en este caso, cambie de libro o, mejor aún, deje de leer. Así pensará menos, dará razón a la siempre errada y pésima interpretación del texto veterotestamentario del Eclesiastés en el versículo 18 de su capítulo primero, y no le dolerá la cabeza. Pero si forma parte de aquellos que saben y sienten sed de la verdad, lo invito a imbuirse de una lectura como ésta, que es viva, sana y ejemplificadora en toda la dimensión del término.

 

 

________________________________________________________________________________________


[1]     Abogado. Doctor honoris causa por la UNAM [México, 2020], Facultad Interamericana de Litigación - UBIA [México, 2017] y por la Universidad Ada Byron [2013]. Magister iuris constitutionalis por la Universidad de Castilla - La Mancha [España, 2016]. Profesor de Filosofía del Derecho y Derecho Penal en las Escuelas de Posgrado de las Universidades de San Martín de Porres y Hermilio Valdizán de Huánuco. Presidente del Instituto Peruano de Estudios de Derecho Penal [2013-2014], Miembro y Docente Honorario del Instituto Latinoamericano de Derecho [Guayaquil, 2007], Consejero y Miembro Asociado de la Sociedad Peruana de Derecho [Lima, 2010], Membresía Internacional de la “Sociedad internacional de intelectuales sartreanos en defensa de la humanidad” [Bogotá, 2007].

 

[2]     Sobre la mal llamada o, mejor dicho, la mal conceptuada opinión pública, me he referido en mi reciente libro Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal, donde he precisado lo siguiente: “La opinión pública no es sino lo que los medios de comunicación de la prensa masiva, sirvientes de las grandes corporaciones económicas, determinan qué es lo que debe considerarse como tal. Es la consecuencia del in-formar, es decir, del dar forma a la consciencia social, tan vacía de contenido por lo general. La opinión pública es, pues, resultado del dictado de la agenda social por parte de tales medios. Ortega y Gasset, refiriéndose a la opinión pública, ha precisado con justa razón lo siguiente: ‘Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran las tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaratoria de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse esta irrealizable nivelación es una cruel jornada para esas criaturas resentidas, que se saben fatalmente condenadas a formar parte de la plebe moral e intelectual de nuestra especie… Lo que hoy llamamos «opinión pública»… no es en gran parte sino la purulenta secreción de esas almas rencorosas’ [cfr. Ortega y Gasset, J., Obras completas, tomo II, Revista de Occidente, sétima edición, 1966, Madrid, página 139]”. Sic. Pacheco Mandujano, Luis Alberto. Problemas actuales de Derecho penal. Dogmática penal y perspectiva político-criminal. A&C Ediciones Jurídicas, Lima, julio de 2017. Para abundar más en el tema, cfr. Keyserling, H. Diario de viaje de un filósofo. Madrid, Espasa-Calpe, S.A., 1928, I, páginas 357-358.

 

[3]     Término acuñado por el pensador peruano Miklós Lukács de Perény. Con él, el profesor Lukács grafica el producto final que las élites del nWo, respaldadas por su inmenso poder político, económico y tecnológico, han logrado desarrollar: resignificar la naturaleza humana de la mano de las tecnologías convergentes. En su libro Neo entes: Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (Lima, 2022), Miklós Lukács aborda los interrogantes que la tecnología y el transhumanismo plantean y los problemas de la transformación ideológica.

 

[4]     Raúl Pérez Torres (1941) es un narrador, poeta y periodista quiteño. En los años setenta del siglo pasado integró la redacción de la revista “La bufanda del sol”; en la década posterior dirigió la revista “Letras del Ecuador” de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. El novelista ecuatoriano Ángel Felicísimo Rojas estima que Pérez “es uno de los escritores representativos de su tiempo y de su generación. Es el suyo un sensualismo amargo y desbordado. Pero el veneno que destila tiene, para el lector más exigente, un sabor de pecado que embriaga. Es un poeta maldito que, con su palabra lacónica y penetrante, descubre los secretos más recónditos del alma, a la cual lleva, cuando menos se piensa, a sumergirse en antros de pesadilla donde todo es bajo, vil y canalla. Inclusive el erotismo que satura sus bellísimos relatos, está teñido de tragedia y remordimiento. Pero su lectura apasiona y atrae” (sic. http://www.literaturaecuatoriana.com/htmls/literatura-ecuatoriana-narrativa/raul-perez-torres.htm, consultada el 29 de septiembre de 2017).

 

 

[6]     En su magnífico libro Homo videns, el profesor Giovanni Sartori, concluye respecto de esta falaz fórmula diciendo así: “¿Hay algún modo mejor de ser más libre mentalmente? Si Negroponte y sus seguidores hubieran leído algo, sabrían que Leibniz definió la libertad humana como una spontaneitas intelligentis, una espontaneidad de quien es inteligente, de quien se caracteriza por intelligere. Si no se concreta así, lo que es espontáneo en el hombre no se diferencia de lo que es espontáneo en el animal, y la noción de libertad ya no tendría sentido. Para ir al núcleo de la cuestión debemos preguntarnos ahora: ¿libertad de qué y para qué? ¿De hacer zapping (cambiar constantemente de canales)?”. Sic. Sartori, Giovanni. Homo videns. La sociedad teledirigida, Editorial Taurus, Buenos Aires, 1998, página 134.

 

[7]     Entrevista a Giovanni Sartori: “Pasamos del homo videns al homo cretinus”. En: Diario La Nación, Buenos Aires, edición del 22 de junio de 2016.

 

[8]     Sic. Opera mundi, opus cit.

[9]     Ibídem.

[10]    Sobre todo a los dueños de aquellas universidades que, amparadas por el cuestionable Decreto Legislativo N° 882, se jactan pretenciosamente de tener más filiales distribuidas en todo el país y que gracias a sus lucrativos negocios educativos convirtieron a exsoldados rasos del ejército peruano en nuevos millonarios con avión privado gracias al deshonesto negocio de la educación barata a la vez que falsa.

bottom of page