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NO FUE SUICIDIO. ¡FUE HOMICIDIO!

  • owenvalencia20
  • 2 abr
  • 3 Min. de lectura

Luis Alberto Pacheco Mandujano[1]


En su celebérrima obra El Mito de Sísifo (1942), reflexionando acerca del suicidio, el genial Albert Camus escribió la sentencia etológica del antropólogo filosófico prototípico del siglo XX: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de que se la viva es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen por después”.

 

Para Camus, que entendía a la vida como un absurdo pleno,[2] o sea, como la experiencia vital del sin-sentido, es decir, como la historia de la insistencia tozuda de quien, para encontrarle razón al existir, se crea alguna esperanza (terrenal o metafísica) en el mañana, a pesar de que el mañana nos acerca cada vez más, ineluctablemente, a la muerte, no podía sino corresponderle un hombre igual de absurdo.

 

En ese escenario, aquel que insurge ―escapando de esa abrumadora realidad― como pupa de la que habrá de nacer libremente, es el hombre que logra asumir consciencia y comprensión de que la vida es, en efecto, un sin-sentido y que, para evitar vivir en el dolor de la cotidianidad, preferible es ponerle punto final. El suicidio es, por tanto, expresión de la más absoluta libertad porque ―siempre según Camus― “sin estar ligado a una esperanza por un mejor futuro o por la eternidad, sin una necesidad de buscarle un propósito a la vida o de crear significado, disfruta de una libertad con respecto a las reglas comunes”. Esta es la verdadera libertad ―Camus dixi―.

 

Preguntémonos ahora si ―después de conocer los hechos como realmente fueron― aquel fatídico 17 de abril de 2019, Alan García tomó su vida, arrebatándosela motu proprio, en ejercicio de la libertad de la que hablaba Camus. Anticipo la respuesta con un rotundo, seguro y sonoro ¡no!

No, porque tras ser escuchadas ilegalmente varias de sus conversaciones telefónicas a través de las cuales Alan había manifestado que, antes que ser humillado con una detención, prefería quitarse la vida porque, al final, nadie haría un circo con él y porque, por último, sentía que “ya había cumplido la misión que se impuso”, el capitoste del IDL y sus sicarios fiscales y policiales, urdieron el plan para impedir su salida del país y, finalmente, cercar al expresidente con el empapelamiento judicial de tal manera que no tuviera otra opción sino sólo cumplir su amenaza.

 

Jaime Villanueva, exasesor de Patricia Benavides, lo contó todo y con lujo de detalles. Reveló que el podrido fiscal Vela Barba le había “cobrado a Gustavo (Gorriti) lo de Alan García porque yo a él (a Gorriti) le di toda la información para cercar a García”.

 

Alan García, ciertamente, tiró del gatillo, pero el contexto en el que se vio obligado a hacerlo no fue uno en el que la decisión hubiese sido tomada en la libertad existencial de la que hablaba Camus. No, en absoluto. Alan fue arrinconado por los criminales que vienen desestabilizando y entregando corruptamente al Perú desde hace varios años, viéndose obligado a proceder conforme había advertido. Esa acción no puede calificar como suicidio porque no es fruto de quien, previa libre decisión, da fin a su existencia. Más bien se trata de un asesinato milimétricamente planificado y por el cual sus asesinos tendrán que pagar más temprano que tarde. Este crimen no quedará impune, lo juro por Dios.

 

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[1]     Militante aprista.

 

[2]     En el texto veterotestamentario del Eclesiastés se reconoce, con amarga comprobación, la vaciedad y caducidad del hombre: “Observé todo lo que ocurría bajo el sol, y a decir verdad, nada tiene sentido, es como perseguir el viento” (Eclesiastés 1:14).

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